Al llegar al bosque, todo y cada una de sus partes me llamaba la
atención: el árbol, la hoja, el ave, la brisa.
Cada parte era conceptualizada por mi mente, era asimilada desde
el pensar.
La línea ya instalada y probada esperaba indiferente a mis
temores, a mi duda, a mi esfuerzo por alcanzar la
unión en el momento presente.
El primer cruce, algo espasmódico. Crucé pensando.
Segundo cruce, algo pasó.
Como si un botón hubiese sido presionado. Todo pensar cesó.
Mi respiración era profunda, muy profunda ( so , ham; so ham).
Y todo se convirtió en todo, en flujo ininterrumpido. Uno con cada
paso, con cada soplo de brisa, el sonido
del bosque era mi sonido, el palpitar de mi corazón fue el canto de
las aves.
Dejé de ser yo, para ser YO, para ser parte de todo, del todo.
Recogí la línea y a mis 51 años, me sentí niño. No pude dejar de
sonreír mientras caminaba de regreso a
casa.
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